La barbarie de una civilización (técnica)
por Luis Langelotti

Fragmento de "La moral de los bienes no es signo de amor")
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¿Cuáles son aquellas cosas que deshumanizan a los seres humanos? En otras palabras, ¿qué convierte al sujeto en objeto? Desde el punto de vista del psicoanálisis, el advenimiento del sujeto al campo del lenguaje es primariamente en calidad de objeto. Esta fase inicial podría definirse como una «mortificación primaria» a la que le otorgamos el estatuto de estructural y, por ende, de necesaria. La operatoria que definimos como castración es el apaciguamiento de los efectos estridentes del significante (que en el mundo real es significante-hablado, o sea, voz) y la posible constitución de un ser que ya no será puramente objeto del Otro (es decir, su falo). El niño dejar de ser así la mera y simple fantasía que sostiene al deseo de la madre y comienza a investirse como alguien real más allá de su existencia de carne y hueso. Pasar de ser algo a ser alguien no es una tarea sencilla ni que pueda llevarse a cabo sin algún tipo de ayuda (función paterna, andamiajes identificatorios, la dimensión del juego).

Pero volviendo sobre la pregunta, ¿cómo se produce el proceso inverso, de ser factible? Es decir, ¿cómo se retrocede del estatuto subjetivo a la objetualidad? En el caso de un neurótico, los psicoanalistas encontramos esa chance en principio como fantasma o en el fantasma. Ahí es donde precisamente el sujeto está todo el tiempo próximo a convertirse en objeto del goce del Otro y por eso surge la angustia cuando algo relativo al fantasma –ya sea su vacilación o su reforzamiento– es puesto en juego. Ahora bien, la función del fantasma tal como la entiendo supone mantener esa escena en un plano virtual y que el sujeto no pase al acto (o que no se exponga al acto perverso del otro). Si, por ejemplo, alguien tiene el deseo inconsciente de violar a su madre (o el miedo secreto a ser violado por ella respecto del cual aquel deseo es defensa), el fantasma aportará elementos disuasorios para que la satisfacción permanezca en el terreno autoerótico, por ejemplo, bajo la forma del síntoma. Si, en cambio, el sujeto cayese de la escena y se produjera una violación (no necesariamente de la madre sino de quien haga-las-veces-de), eso querría decir que allí algo en relación con la función específica del fantasma ha fallado. Y creo que este es precisamente un rasgo de nuestra época. Si se caen los filtros que mantienen al goce velado, aparecen la violencia y otras expresiones de lo que la civilización exige mantener en suspenso, aplazado.

Y ¿por qué? Es decir, ¿hay elementos específicos vinculados al contexto social e histórico, más allá de las razones particulares de cada caso? Remitiéndonos a un factor bastante general, pero de ninguna manera abstracto, ¿es responsable el sistema capitalista, en sus modos de producción y de consumo, de gran parte de los males de nuestra era referidos específicamente al trato entre los sujetos? Soy consciente que a la hora de desarrollar estas conjeturas –las cuales, por lo demás, no tienen evidentemente un carácter demasiado novedoso, lo sé– es difícil no caer en lugares comunes o predecibles. Pero nada de esto es razón suficiente como para dejar de pensar. Estando tan problematizado el diálogo en los tiempos que corren y siendo consciente de las consecuencias que eso conlleva en términos de escalada de la violencia, no quisiera imaginarme qué sucedería si los seres humanos dejásemos definitivamente de pensar. Este es un asunto completamente actual: el problema no es ni que las máquinas piensen ni que lo hagan muchísimo mejor que nosotros, sino que nosotros abandonemos el pensamiento sin más, entregándonos… ¿a qué? ¿A “sentir” o, en realidad, a gozar? El interrogante es válido porque no son para nada lo mismo.

Entonces, recapitulemos junto a estas tres preguntas: ¿Cuáles son aquellas cosas que deshumanizan a los seres humanos? ¿cómo se retrocede del estatuto subjetivo a la objetualidad? ¿Es responsable el sistema capitalista, en sus modos de producción y de consumo, de gran parte de los males de nuestra era referidos específicamente al trato entre los sujetos?

Una guerra es sabido que deshumaniza ya que, aunque se diga que existen algunas reglas, la guerra es la ausencia de barreras para gozar del otro. Entonces, el otro es objeto, pero también lo soy yo. La expectativa angustiada es la de ser tomado como una cosa en cualquier momento. El terrorismo de Estado supone otra versión de lo mismo. El autoritarismo ya de por sí es angustiante, pero lo es aún más cuando su método es el terror. Todo esto produce una situación traumática. La inestabilidad económica podríamos decir que también es terrorífica para muchos sectores de la población, en particular, para los más vulnerables. El temor a “morirse de hambre”, a terminar en la calle como un mendigo, a tener que revolver bolsas de basura o depender de la caridad para subsistir, etc., todo eso también conlleva angustia y puede conducir al terror (pánico).

Las desigualdades que genera el capitalismo en su versión menos regulada y reglamentada poco a poco comienzan a producir mayor deshumanización. Porque, además, en una sociedad donde lo único importante es satisfacer las necesidades también se produce un empobrecimiento de lo simbólico en la medida en que los seres humanos dejan de “consumir” (y de producir), por ejemplo, arte, es decir, cultura. Una sociedad sin arte en particular y sin cultura en general es una sociedad mortificada, pero en segundo grado. Ya no se trata de la «mortificación primaria». Se trata de un redoblamiento, de una regresión a lo autoerótico, pero en un sentido estrictamente mortificante.

2

¿Queda alguna duda de que allí hoy, en Gaza, se violan de manera considerable los derechos humanos ante la pasividad fenomenal de la comunidad internacional, con honrosas excepciones? ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer el sufrimiento de aquella comunidad? En Palestina hay colonización y racismo, como en su momento lo hubo en África, pero también en Latinoamérica (de hecho, lo sigue habiendo en sumo grado). ¿Cómo es posible que en estos lares nos pongamos del lado del Occidente blanco y conquistador habiendo sufrido nosotros, en cierta medida, la misma violencia por ejemplo durante la conquista de América? ¿Importa realmente que no seamos descendientes directos de aquellos pueblos originarios? Estas pampas, estas tierras estaban habitadas por seres humanos que fueron masacrados y despojados de su lugar, exactamente de la misma manera que hoy en día Israel invade a los palestinos, los aniquila sistemáticamente, los desplaza y pretende exterminarlos definitivamente. El “nazionismo” aparece como un títere del imperialismo en Medio Oriente, harto eficaz para asegurar el dominio de las potencias occidentales sobre la región. Me refiero a Estados Unidos y a Europa, principalmente, dado que los países del Tercer Mundo no sacamos ningún provecho de semejante atropello inhumano.

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En La pregunta por la técnica (1954), Heidegger reflexionaba: “Ahora, a aquella interpelación provocante que reúne al hombre en [la tarea de] requerir como fondo lo que se desoculta, la llamamos im-posición (Ge-stell).” Según el filósofo alemán, la esencia de la técnica moderna radica en tal imposición y define a esta como “el modo según el cual lo real se desoculta como fondo”. En mi lectura, destacaría eso de desocultarse “como fondo”. O sea, me atrevería a decir: no como forma. Esta interpretación que propongo tiene su lógica dado que la Modernidad supone el ascenso a la escena del mundo, para decirlo de algún modo, del Hombre así con mayúsculas.

Entre una cantidad de características que definen lo moderno, quisiera destacar el protagonismo que adquiere el Hombre por sobre la Naturaleza (división sujeto/ objeto) y el predominio de la Razón en detrimento de otros modos de “desocultar lo real”. La forma (Gestalt), lo destacado, en la nueva escena del mundo son el Hombre y su voluntad, que lo erige en semidios. También podríamos decir que asciende su Yo, quien a aquello a lo que más le intenta escapar es la angustia (“temple de ánimo radical”, según dice Heidegger en otro lado), a pesar de que ella sea una referencia más válida para captar lo real que el pensamiento racional.

Pero tanto para este filósofo como para el psicoanálisis, no todo lo real es racional, pese a Hegel (entre otros). Basta con mirar cinco minutos al mundo para convencerse rápidamente de esto y que toda la especulación del idealismo quede puesta en tela de juicio.

En este punto y de manera jugada, voy a citar a otro filósofo, pero no a cualquiera sino a un pensador que polemizó fuertemente con el anterior. Me refiero a Emmanuel Lévinas quien en un artículo que viera la luz en 1969 (destaquemos el año en que fue escrito y también la actualidad de sus palabras) y hablando del sionismo como culto de un Estado totalitario, una forma de nazismo o una versión judía del nacionalismo alemán, dijo:

“Personalmente, estoy convencido de que la lucha más eficaz que nosotros podemos llevar a cabo contra el estado sionista –Israel– y contra el sionismo es la lucha ideológica. Debemos poner en evidencia que ese estado fue creado para asegurar la defensa de esa civilización occidental que dio como frutos Auschwitz e Hiroshima. Palestina es el tercer nombre que hay que agregar a esos dos. Palestina es la continuación de Auschwitz e Hiroshima. Las cámaras de gas, la bomba atómica, el judaísmo norteamericanizado por la vía del napalm son tres realizaciones monstruosas de la misma civilización técnica. El Estado de Israel es un Estado de Técnicos. Como ya dijimos, es la mayor realización, el más grande éxito de la política y la técnica occidentales.”

Me parece que, al menos en este punto, el discurso de ambos pensadores empalma justamente. La técnica moderna en tanto imposición –prepotencia del ente en detrimento del Ser– haya su realización más perfecta, pero también más brutal, en las atrocidades mencionadas: el campo de concentración, la bomba atómica y el fósforo blanco sionista en Gaza.

Cuadro: Acto II: Crimen Autorizado
técnica mixta - Jeuroz´25

“Por la muestra, a los tiranos no les conviene que se formen entre sus súbditos grandes valores ni amistades ni lazos fuertes; ahora bien, esto es lo que el Amor sabe hacer perfectamente.” El banquete. Platón.