Cuadro: "Movilización"
Jeuroz'25

El padecimiento contemporáneo y su vinculación con el mito individual moderno

Si tuviera que sintetizar qué es lo común del padecimiento que encontramos hoy en la clínica diaria, diría que nos encontramos con sujetos que padecen del mito individual, por supuesto cada uno con su singularidad, con sus diferencias. El mito del individuo tal como lo vivimos hoy es un producto del desarrollo cultural en el que estamos inmersos. Se viene construyendo de manera muy sistemática desde el inicio de lo que se conoce como la Modernidad, es un producto efecto del pensamiento humanista de Occidente. No se trata aquí de la pretensión de eliminar el padecimiento subjetivo, lo que no sólo es imposible sino que ni siquiera es deseable, ya que frente a la existencia, el padecimiento del síntoma puede llegar a ser un recurso. Me propongo identificar un padecimiento común llamado individualismo y sus impases.

por Eleonora D´Alvia
Julio 2023

La contrapartida psíquica de esa construcción colectiva cultural es el superyó. El pensamiento superyoico siempre apunta al individuo. Así lo indica el hecho de que una manera eficaz de desbaratar el padecimiento superyoico está vinculada con señalar las sobredeterminaciones del sujeto. Cada vez que es puesta en cuestión la individualidad en el análisis, se produce un alivio respecto de la crueldad del superyó que exige al yo una totalidad acorde al ideal.

El mito individual se sostiene a partir del mito edípico. Es el narcisismo de los padres el que encarna en el yo del infantil sujeto. Su omnipotencia narcisista sólo puede medirse con la medida de su real impotencia infantil. Las instituciones de la cultura refuerzan luego, la creencia en el individuo construida a partir del narcisismo de la familia nuclear. Las calificaciones en la escuela califican al individuo. Son una medida de su esfuerzo y su voluntad. Es decir, la escuela es el disciplinamiento del futuro ciudadano trabajador. Considerado individuo él. La justicia juzgará siempre apuntando al individuo, que podrá ser culpable o inocente. Donde supuestamente el texto de la ley dice: será inocente hasta que demuestre lo contrario, su verdad sería lo opuesto: será siempre culpable, hasta que demuestre lo contrario, si tiene la oportunidad. Tropezamos en esta vía siempre con el superyó. El Estado capitalista es un estado superyoico, donde aquellos que se encuentran del lado del amo, la burguesía capitalista y sus lacayos, ellos sí, siempre serán inocentes, más allá de las pruebas que lo refuten. La justicia que administramos como sociedad parece mostrar como una verdad para todos evidente, la impunidad que ostentan los sectores privilegiados dentro de nuestras sociedades, cada vez más desiguales. Por eso quizás, aquellos más identificados con ese ideal, aquellos que se creen impunes, son los que presentan mayores signos de alienación y padecen más intensamente los efectos de la ideología individualista. Esta correlación establecida por Freud entre el individuo y la masa muestra el verdadero rostro del mito individual. El Individuo es por definición imposible. Su modelo es el mítico padre de la horda primitiva, aquel que tiene las prerrogativas del goce. Ese ideal del individuo es lo que nuclea a la masa, que intenta reproducir así la horda, un estado prehumano, si definimos humano como ser del lenguaje. El líder de la masa es el Individuo, que coincide con el lugar del ideal. El superyó es el monumento recordatorio de la impotencia del infans frente al Otro. Lo imposible del individuo abre las vías del deseo.

Lo peor del mito individual, considerado por muchos, una verdad irrefutable, es lo poco que se puede hacer como individuo para transformar la realidad, en verdad, nada. El emblema nazi “el triunfo de la voluntad”, hoy tan de moda, parece una renegación de la impotencia de la voluntad individual para enfrentar las cuestiones decisivas de la existencia. Su real impotencia frente a los problemas que nos presenta este mundo que cada vez se muestra más global. Fernando Ulloa tenía una precisión al nombrar a esta epidemia de depresión, cultura de la mortificación. El modo en que el supuesto individuo padece de su impotencia es lo que lo termina llevando a una posición resignada. Ulloa nombraba a nuestra cultura como cultura de la mortificación, en tanto lo que está en juego es un desfallecimiento del deseo. Sujeto entonces, en emergencia, en peligro de muerte.

Nos encontramos frente a la paradoja de que mientras los medios de comunicación y las redes sociales, a los que hoy nos hallamos expuestos cada vez a una edad más temprana, incentivan una ideología individualista, la forma de poder resolver los verdaderos problemas a los que nos enfrentamos solo puede ser colectiva. Sólo cayendo en la cuenta de hasta qué punto somos sujetos de la trama, sujetados a una trama que excede nuestra efímera existencia, podremos encontrar con otros, a través del ejercicio de la palabra, no sólo el modo de enfrentar los problemas que padecemos por ser parte de esta sociedad, si no también, el modo de arreglárnosla con la tragedia de nuestra existencia singular.

La política y la poética, dos tareas fundamentales que se hacen con la palabra y que siempre están en relación a los otros, nunca son individuales.

¿Cómo diferenciar entonces singularidad de individualidad? Podemos decir que la singularidad es una trama específica, esa interioridad formada de un recorte de exterioridad que se interioriza. La relación entre interior y exterior es la de una banda de Moebius.

La dimensión de la singularidad que llamaremos sujeto, es la de ser un sujeto histórico en su devenir. Dice Miguel Benasayag que eso es lo propio de todo organismo biológico. Lo propio de un ser vivo es su cambio permanente, donde las células que lo conforman cambian todo el tiempo. Lo que hace que se trate del mismo organismo es algo de su singular saber hacer que se organiza en el presente en relación a un futuro que se proyecta según el modelo de su pasado. En esa recurrencia se organiza una mismidad singular. Lo propio del sujeto singular se produce por su función de sujeto en acto. Es la función sujeto la que genera en un movimiento autopoiético al ser vivo, en relación siempre a un contexto determinado.

A veces escucho que se entiende el deseo como una reivindicación individual, frente a lo que se recorta en el análisis como aquello de mí que termino cargando a la cuenta de los otros. Hacerme responsable de mí termina entendiéndose como una proclama individualista, antisolidaria.

El verdadero problema de sujeto siempre está jugado en relación al Otro, esa es una constante clínica. El deseo que moviliza el conflicto psíquico es una fuerza que viene de esa dimensión del otro para el sujeto. La otredad radical del partenaire no deja de ser fuente de angustia.

Este doblez entre yo y el otro estaría velado en el mito individual. La otra dimensión velada es la contrapartida del individuo en nuestra sociedad: la masa. La masa y el individuo como dos caras de la misma moneda: el rechazo de la división constitutiva del sujeto.

Pero el argumento central del presente trabajo es que el mito individual termina siendo hoy sobre todo una renegación de la realidad que nos deja ciegos frente a las reales posibilidades de encontrar una salida a las encerronas que nos presenta el tiempo que nos toca vivir.