El libro de las tierras frías

VENGA

Venga la obra en la intemperie, de lengua en los orificios

de ojitos dementes en las ventanas polarizadas,

venga el bárbaro en los intestinos, la hiel

de las infinitas lecturas, y los tachos de maderitas ardiendo

con aromas de manzanas, venga yo la puta venga

la hipérbole que en tus caderas dispensa la ostia o el litro de litio,

venga la dentellada en mi garganta expuesta al sol

del imperio, venga la implosión y lo abstruso

y el caballo salvaje pateando en los ritos de pasaje

(del cerebro eréctil a la flacidez erudita), venga

lo que no habría de ser, y lo que siendo justifica

tu campo de fuerzas, vengan los orgasmos desamparados,

las brujas exiliadas y sus diablitos sonando al viejo Berg,

a viento fueguino en un frasquito, vengan los sujetos alunados

y tus esculturas de espacios deprimidos,

venga todo lo que falta, y los inviernos que languidecen

en tu boca, y a los poetas expulsados

sin territorio, con sus libros que se esfuman

mientras son leídos, en fronteras como dientes flojos

o peces lunares, venga

el héroe en suma borrachera a la población de zinc

y salamandras y puteadas en alemán o gitano o

las brutísimas puteadas de la madre inquieta en mierda analítica,

venga todo eso y en lo que eso declina

y que me parta como un rayo o como tu mirada

en la incisión inesperada, desnudándose, venga

lo que soy.


TARDECITA

Astillas ardiendo y nieva,

llamas naranjas en una noche

que ha durado dos veces lo real.

Lengua, dientes, paladar, labios

en la coreografía de los siervos,

el tejido de los juicios que siempre son finales,

siempre huesos arrojados al fuego.

Escucho: todo ha sido mal dicho,

se ha hecho la luz sobre unos muslos muertos

que nadie besará. Escucha:

¿no es pensar y sufrir lo mismo,

no hubo en tu casa el pez ciego,

el maestro del bisturí

y de la lucha de clases?;

¿no habitaron los patios traseros

los restos de jardín de las delicias, y vos

y yo, haciéndonos lo que la palabra vela?

MUNDO

Este mundo no tiene inicio. No es ni fecundo ni estéril: hay 39º C,

y por la ventana asciende una masa de aire que huele a verduras

podridas, solventes y orín de gato. Es un momento para leer a Castillo.

Este sopor adelgaza la membrana que nos separa de lo real, licúa los

espejos. Sé que tengo la mirada viscosa, y mi voz flota en jugos gástricos.

Más allá de la asfixia hay una atmósfera de plomo y plástico. Es una

suerte de paz espiritual, o de ataraxia, o de tedio estructural.

Imagino la semejanza superlativa: el sádico cósmico, la perversión

que se inscribe en piedra y habla en arbustos llameantes. Yo me hago

la culpa celeste, la boca de alientos nucleares, el perfume del azufre

en Gomorra, ¡las divinas pústulas para el hombre de fe! En el pavor

de lo finito, nos hicimos un infierno.

Digo lo opaco, digo en una quebradura. Eso no produce saber alguno,

soy inofensivo, más bien un desierto donde cualquier acto es

el desarrollo de una falta, siempre es un error. Escribo en el goce del

retorno. Repito el enmascaramiento. Nacer, declinar, estar, hilvanar

fragmentos, fingir algún control gramatical, sufrir los apegos, ser en

pedacitos amalgamados con la baba de durar un ratito. Hay otro, y

es un atavismo.

Habitar un sinlugar. Nada llega: siempre se trata de los intestinos o

del humor del tirano. Escucho lo que se ha desvanecido, nombro

lo que ha sustituido a lo nombrado. Lo

que homologa es un deseo sin objeto. Un desnudo es un pozo

donde algo se repite. El único don es ser de nuevo el que se ha fugado.

Lo que se comprende, sujeta.

Tenemos el aliento de la máquina en la nuca.

PESCADOR QUE MUERE

Pescador que muere de una embolia cerebral cae

sobre las botas de lluvia habla en la lámpara

del living se apaga y se prende según la expiación

o la condena que madre lo invoca en el espejo de aceite

y lo espera en mi cráneo y me hace el miedo me

empala afuera lunar espantajo me llena de alquitrán

y occidente al palo llega la caricia del difunto,

que será en la fuga jendrix y el dulce tormento de la pobreza

serán las callejas de la caleta para hacerme la sombra

del pescador que muere y me habla en la lámpara

del living, sí o no, un gris marino, la sospecha

de haberme ido con él.



VURILOCHE ERA UNA FIESTA

10

La ventisca desenfoca las cosas, y la calle se descompone,

se hace otras calles posibles; y en esas versiones te busco

como a una letra prohibida, como a mis animales perdidos,

como la identidad un amnésico. En las infinitas encrucijadas,

huelo a resina del pinar, a maderas húmedas, a los vahos

de tu vientre que aúlla en el aire de cuarzo glaciario.

Entre las ráfagas digo tu nombre que regresa garganta abajo

y me araña los huesos, y son las marcas que me sostienen

en la deriva.

Jorge Alegret
Mar del Plata, 1957

Fotografía: "Cercados"
Jeuroz´22